# El costo emocional de crecer institucionalizado: Las huellas invisibles que deja el sistema

**Por Claudia Molina B.**
**Artículo de análisis sobre infancia y salud**

### **¿Por qué esto importa?**
Porque en Chile miles de niños y adolescentes viven en residencias del Estado, pero pocos hablan del daño emocional que esto causa. Crecer sin figuras estables de apego marca para siempre su forma de relacionarse, confiar y enfrentar la vida. Estas secuelas no se ven a simple vista, pero afectan su futuro y nuestra sociedad entera. Es una deuda invisible que tenemos como país.

### **La noticia: Cuando el cuidado estatal deja heridas emocionales profundas**

SANTIAGO.- Un niño aprende rápido en el sistema de residencias: los adultos cambian, las rutinas se rompen, las despedidas no se avisan. Lo que para el Estado es «cuidado alternativo», para ellos es una lección dura: el afecto puede irse sin aviso. Esta experiencia marca su vida psíquica de formas que el sistema no siempre reconoce.

La evidencia es clara: los niños necesitan adultos estables para sentirse seguros. Pero en las residencias, la rotación de cuidadores, los traslados entre centros y la falta de continuidad afectiva hacen casi imposible construir confianza. «Cuando nadie permanece, el niño aprende a no esperar», explica una educadora con 15 años de experiencia en el sistema.

El problema es especialmente grave en primera infancia. Bebés y menores de tres años que crecen en residencias pueden desarrollar dificultades de regulación emocional, hipervigilancia o retraimiento. «No es solo tristeza, son alteraciones profundas que estructuran su forma de estar en el mundo», señala un especialista en desarrollo infantil.

Los traslados entre centros son otro golpe emocional. Empacar la vida en una mochila, despedirse de cuidadores recién conocidos, aprender nuevas reglas: cada cambio confirma que nada es permanente. Muchos dejan de encariñarse porque han aprendido que vincularse duele.

El sistema judicial también deja huella. En audiencias repetidas, niños y adolescentes deben contar su historia una y otra vez ante adultos desconocidos. «Aprenden que su relato es juzgado, que si se equivocan pierden credibilidad», comenta una abogada de protección. «Es revictimización institucional».

Al cumplir 18 años, llega el egreso: sin ceremonia, a menudo sin preparación. Se les exige autonomía a jóvenes que nunca tuvieron estabilidad. «El Estado, presente de forma fragmentada durante años, se retira de golpe», describe un ex residente. «El cuidado fue temporal, las consecuencias no».

Expertos coinciden: la pregunta no es si las residencias son necesarias, sino qué tipo de experiencia ofrecen. «Definir cupos sin asegurar vínculos es definir daño», afirma una psicóloga infantil. Las decisiones políticas tienen consecuencias emocionales concretas que aparecen años después en biografías quebradas.

Chile enfrenta un desafío incómodo: ¿qué infancia estamos produciendo cuando el cuidado se organiza sin estabilidad emocional? Y más importante: ¿cuánto de ese daño seguiremos llamando «inevitable»? La institucionalización puede terminar en los papeles, pero en la vida de los niños, continúa.

*Nota: Este artículo se basa en análisis de especialistas y testimonios del sistema de protección infantil chileno.*

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